En su piel estás escrito « guerra »

, par Mario Andrés Mejia


El cuerpo femenino como agente de contra-poder en un país en guerra.

« Las orillas del Escamandro devuelven el grito desolado de las mil cautivas, al ser sorteadas entre sus nuevos amos »

Las troyanas.
Eurípides

Hécuba se incorpora y con las pocas fuerzas que tiene, entona un doloroso treno. En él se resigna al cambio brusco de destino : Troya ha sido derrotada. La guerra, la larga guerra de tantos años, donde han muerto tantos hombres, ha finalizado y cuando una guerra termina es porque una fuerza ha logrado imponerse. El resultado de ésta, Hécuba lo resume en sus primeras palabras : « Aquí no hay ya ni Troya ni reina de Troya » La que otrora fuera reina, hoy llora como esclava. « ¡Ay, dolor ! -exclama- ¿Hay desventura que no haya de llorar ? ¡Patria, hijos, esposo, todo lo he perdido ! » Desolada, ella no sabe qué llorar, no sabe qué silenciar. Aun así, le queda lo poco de cordura para reconocer que todas la mujeres troyanas, que todo el destino de las mujeres de la ciudad vencida, está en el caprichoso juego de los argivos. Como reina derrotada exhorta a las troyanas a llorar. Ellas han perdido familia, hijos, esposos, tierra y hogar. El mismo destino ya no depende en nada de la voluntad. Desventuradas, ellas esperan un heraldo griego que les anuncie la continuación de su desgracia : obligadas a ser desposadas, ser llevadas como esclavas o sirvientes, ser asesinadas por oprobios confusos, ser transportadas a tierras lejanas o expulsadas sin posibilidad de volver. Casandra, arrancada del templo, abandona todas las prendas sagradas para casarse con su nuevo amo y señor. Hécuba, anciana que ha visto morir sus hijos y que ahora entierra el hijo de su hijo, tendrá que servir en el hogar de Ulises. Polixena ha sido inmolada en el mismo recinto sagrado. Tantas otras troyanas : expulsadas para no volver, destinadas a servir. La cabeza rapada como símbolo de luto ; el cuerpo abatido como muestra de desesperanza, ¿para qué vivir ? A muchas de las troyanas las invade una extraña sensación de querer compartir el fatal destino de sus cercanos : morir para verse libradas de todo mal. ¿Para qué estar vivas ? Andrómaca, esposa de Hector, ve en el estar muerta una desgracia menor. ¿Para qué alzarse del suelo ? ¿Con qué esperanza ? Despojadas de todo, ellas están vacías : al parecer solo queda maldecir el seguir con vida.

He aquí, en un primer momento, el cuerpo de las mujeres en medio de la guerra. Porque no hay otro contexto donde el cuerpo se convierta en objeto prioritario del poder que la guerra. Él es el blanco, él está en el centro de toda confrontación, está atravesado por múltiples fuerzas y está en el medio de un campo en tensión. Pero además de ello, en la guerra no hay otro cuerpo más en juego que el cuerpo de las mujeres. Cuerpo donde se ejerce la violencia la más violenta y donde son visibles las huellas del conflicto. El cuerpo femenino es símbolo al tiempo que trofeo. Es medio a la vez que fin. Sobre su piel los ejércitos escriben su paso, sus mensajes y sus estrategias. Es un cuerpo-territorio.

El caso de Colombia, país en guerra por más de 40 años, muestra muy bien la violencia ejercida sobre el cuerpo de las mujeres. La Ruta Pacífica, movimiento feminista que trabaja por la visualización de los efectos de la guerra en la vida de las mujeres, lo dice claramente :

Nada hay tan atroz como la guerra, y nada tan persistente. Colombia es un buen ejemplo de la perpetuación de un conflicto armado que se degrada, afectando sin consideración a los civiles. Esta guerra, además de prolongada y cruel, es una guerra profundamente masculina. Ejércitos de derecha y de izquierda se combaten mutuamente por conquistar un poder que finalmente todos ejercen de manera excluyente y patriarcal. Las mujeres se han involucrado de manera muy tangencial en el conflicto y su participación como combatientes es marginal. Pero las mujeres son, junto con las niñas y niños, las principales víctimas de esta absurda guerra.
[http://www.rutapacifica.org.co/]

Si hay una especie de comunidad política entre la mujeres en medio del conflicto colombiano, ese común que permite la comunión es justamente el sufrimiento de ser víctima. La exhortación en un primer momento es « lloremos ! » Así lo hace Hécuba. Y las troyanas encuentran en la lamentación ese sitio común donde forjar un sujeto colectivo. La vida, después de haber sido violentadas, se debate entre seguir viviendo o buscar la muerte. Así, las llamas de Troya son atractivas para aquella voluntad que busca morir. No obstante, Hécuba misma, el personaje que concentra en sí los efectos atroces de la guerra, en medio de la más profunda desolación le dice a Andrómaca quien no hace más que envidiar la suerte del que ha muerto : « No es lo mismo, hija mía, estar muerta que estar viva. La muerte es la nada. Mientras se vive, en cambio, siempre quedan esperanzas. »

Tal tránsito es el que testimonian las mujeres en Colombia. En un primer momento, sumergidas en el luto, la tristeza, la rabia, la desolación, ellas lloran. En el llorar se reconocen : « somos víctimas ». Numerosas y sistemáticamente víctimas. De allí se va configurando un sujeto colectivo para convertirse en protagonistas en medio de un conflicto armado despiadado para resistir, exigir, reclamar y ser agentes de transformación. Una experiencia que en muchas veces (¿en todas ?) parte justamente de ese cuerpo violado, exiliado, asesinado, desaparecido, detenido, desplazado, reclutado. El cuerpo-territorio de la troyanas. Ese cuerpo donde son inscritas las estrategias y donde se hacen visibles los efectos de la guerra, pasa a ser el cuerpo desde el cual parten nuevas formas de resistencia, de contra-conducta, de lucha, de desubjetivación. Cuerpo-agenciamiento. Ese uso político del cuerpo es el que nos interesa explorar.

En un primer momento nos acercaremos al cuerpo que el poder usa en su versión la más violenta, a saber, la guerra, para profundizar en el uso político de ese cuerpo violentado, en ese contra-poder que desde él se activa. Así, por ejemplo, dar cuenta del duelo colectivo, la participación creativa y la activación política a partir y a través del teatro. En ese sentido la Corporación Colombiana de Teatro y los diferentes grupos teatrales con perspectiva de género que trabajan alrededor de ésta, nos permitirán explorar ese contra-poder que se configura en el escenario teatral y que transmite el testimonio del cuerpo permitiendo la reformulación del sujeto y la alteración de relaciones y gestos. El teatro y el cuerpo no solo como escenificación de una tragedia, sino como mecanismo de lucha intensa, externa e interna, contra diversas formas de dominación en un país en guerra. Bajo la misma perspectiva, podremos acercarnos a las experiencias de otras colectividades como la Organización Femenina Popular (OFP) para extraer de allí los usos que ha tenido el cuerpo femenino como instrumento de resistencia, confrontación y transformación. Porque más que una denunciación de la violencia contra las mujeres, nos interesamos en esas apuestas que a partir del cuerpo-territorio han permitido una alteración de ciertas relaciones de poder inscritas en el cuerpo y en el medio social. En lugar de una victimización de las mujeres, queremos mostrar el gesto activo que ha conducido a la confrontación directa contra las condiciones y agentes de la guerra permanente que vive Colombia, por parte de las mujeres, desde y a través de sus cuerpos.

Mario-Andrés MEJIA
Doctorando en Filosofía. Paris 8.